El Opus Dei niega su "condición terrenal" pero nació como aliado y padre consejero del fascismo español, asesino y plutócrata. La Orden ya domina 7 obispados en el Perú, cuna de la teología de la liberación, la corriente que Juan Pablo II consiguió desterrar de la curia pero no de los corazones de la iglesia de base, esa sí pobre y misionera. Lo que se viene es un capítulo de inéditas tensiones entre el elegido papal y la Conferencia Episcopal
Mariella Patriau
Tras la muerte de monseñor Augusto Vargas Alzamora, le toca al Papa Juan Pablo II seleccionar al cardenal que represente al Perú de ahora en adelante. Muchos coinciden al señalar que -de no ser el arzobispo Juan Luis Cipriani el seleccionado- el terremoto clerical alcanzaría espectaculares dimensiones en estas tierras.
El motivo es muy claro. Por tradición, quien ha ocupado en el Perú el cargo de Arzobispo Primado (arzobispo de Lima, la arquidiócesis más importante), ha pasado luego, indefectiblemente, a ocupar el cardenalato.
Es por eso que, aunque hay varios candidatos formales, cuyos méritos no son discutibles, la pugna por ser parte del colegio cardenalicio en Roma no se ha desatado en el clero peruano. Se aprecia más bien, una especie de resignación.
Monseñor Luis Bambarén, obispo de Chimbote y secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana y monseñor Alberto Brazzini Díaz-Ufano, obispo auxiliar de Lima, perdieron hace dos años frente al poder que Monseñor Cipriani -el hombre fuerte del Opus Dei en el Perú- ya, había adquirido.
Bambarén, Cipriani y Brazzini conformaron en 1998, tras la renuncia
por límite de edad de Vargas Alzamora, la terna propuesta por la
nunciatura (embajada pontificia) y la Conferencia Episcopal (reunión
de todos los obispos peruanos), para escoger al arzobispo de Lima. Los
tres nombres fueron revisados por la Sagrada Congregación de Obispos
de Roma y luego fueron presentados al Papa, quien tuvo la última
palabra. Fue Juan Pablo II quien eligió a Cipriani, ungido el 30
de enero
del año pasado con el cargo de Arzobispo Primado.
Pero antes de que el Papa diera su veredicto y para que éste fuera del agrado del actual gobierno, fueron necesarios algunos trámites.
El primero de ellos fue el viaje que Alberto Fujimori realizó al Vaticano, poco tiempo después de resuelta la crisis de la embajada japonesa.
Fujimori fue a visitar al Papa acompañado por dos ministros de estado, cuatro parlamentarios ex rehenes y algunos familiares de las víctimas. Fueron marginados de la audiencia con Juan Pablo II, Juan Julio Wicht, el padre jesuita que decidió quedarse como rehén y monseñor Juan Luis Cipriani, el negociador de la embajada. Así, libre de presiones, Fujimori aprovechó la visita para agradecerle al Sumo Pontífice sus plegarias por el Perú y para recomendarle especialmente la figura del hasta entonces arzobispo de Ayacucho.
Pero los esfuerzos del gobierno no quedaron allí. Augusto Antonioli Vásquez, ex ministro de trabajo y vaca sagrada del servicio de inteligencia nacional, fue nombrado embajador en el Vaticano. Fuentes muy bien informadas indican que la presencia de Antonioli en la sede papal respondía a un solo encargo de Fujimori: lograr que Cipriani fuera nombrado arzobispo de Lima. El lobby, por supuesto, funcionó.
¿Quién otro ocuparía mejor este puesto estratégico?
Nadie como monseñor Juan Luis Cipriani, propulsor ferviente de los postulados del Opus Dei, para aliarse con el poder vertical de Alberto Fujimori.
Desde su importante lugar en la comunidad peruana de la Obra, Cipriani ha dado muestras clarísimas de su vocación cristiana. Una vez, en un programa de radio, dijo que los derechos humanos, aplicados a la guerra contrasubversiva, eran una cojudez. Instó a la "mesura nacional" cuando el narcotraficante Vaticano acusó a Vladimiro Montesinos de cobrarle cupos y fue propulsor dél "control de calidad" de la prensa a través de Indecopi y la Defensoría del Pueblo. Cuando las protestas estallarón, llamó "necios" a sus críticos.
Juan Luis Cipriani es hijo de uno de los primeros peruanos miembros de la Prelatura del Opus Dei y pertenece a esta institución desde que tenfa 19 años. Escudió ingeniería industrial y ejerció su carrera, hasta que la abandonó para estudiar teología en la Universidad de Navarra, el centro de estudios español creado y dirigido por el Opus Dei.
El Arzobispo que fue acusado de haber sembrado micrófonos en
la embajada del Japón es un claro ejemplo de lo que le está
pasando a la iglesia católica a nivel latinoamericano. Hace bastante
tiempo ya que no se nombran obispos progresistas. Casos como el de San
Salvador, donde el Vaticano nombró como arzobispo, en 1995, a monseñor
Fernando Sáenz Lacalle, radical entre los radicales opusdeístas,
no hacen sino confirmar cuál es la tendencia actual. Los últimos
nombramientos en Perú
demuestran que hay una cierta predilección del Opus Dei por
Latinoamérica. El Vaticano busca lograr un episcopado doctrinalmente
seguro, fiel, discreto y hasta tímido. Esa es la tendencia impuesta
por el actual Papa.
A fines de marzo de este año, por primera vez en Argentina, un
miembro del Opus Dei fue nombrado arzobispo. Se trata de Alfonso Delgado,
quien se ocupa de la diócesis de San Juan. Tiene a su cargo 44 parroquias
y 116 capillas. Esta designación sorprendió, pues Delgado
no figuraba entre los candidatos. Durante los últimos años,
ha quedado muy clara la predilección que
Juan Pablo II tiene por los seguidores de Escrivá.
No es gratuito que Latinoamérica sea el lugar donde nació la Teología de la Liberación, que se opone al conservadurismo eclesiástico, en los planos social, político y económico. Los miembros del Opus Dei, como monseñor Cipriani, ven en la Teología de la Liberación un instrumento del comunismo. Esto, porque los seguidores del padre Gustavo Gutiérrez se oponen a las injusticias sociales del ultraderechismo y las dictaduras.
Por eso, Juan Pablo II ha nombrado a muchos miembros del Opus Dei como
prelados en toda Latinoamérica. Hay siete obispos Opus Dei en el
Perú: las ciudades de Lima, Arequipa, Cusco, Trujillo, Piura, Huancayo
y Ayacucho han sido tomadas por los discípulos del padre Escrivá.
En Chile son cuatro los obispos del Opus Dei, en Ecuador dos y en Colombia,
Venezuela, Argentina y Brasil, uno. Como es evidente, el Perú ha
sido elegido por el Vaticano como un punto especialmente
problemático, a causa de la importancia de Gustavo Gutiérrez,
propulsor de la Teología de la Liberación.
Muchos han intentado explicarse por qué la predilección del Opus Dei por los países latinoamericanos. Una de las razones más probables tiene que ver con el origen mismo de esta organización religiosa.
El padre José María Escrivá estuvo fuertemente
ligado al dictador Francisco Franco. Las primeras oficinas del Opus Dei
estuvieron ubicadas en el Ministerio del Interior de España. En
1969, de 19 ministros franquistas, doce fueron miembros del Opus Dei. A
fines de los años sesenta, Escrivá se trasladó a Roma,
desde donde planificó la expansión de su movimiento en América
Latina. Puso capillas del Opus Dei en cada una de las embajadas españolas.
Pero fue en las dictaduras
latinoamericanas donde el Opus Dei mejor se desarrolló.
Durante el actual pontificado de Juan Pablo II, el Opus Dei fue elevádo a la categoría de prelatura personal, un status especial al interior de la iglesia. No está bajo la jurisdicción de los obispados locales, rinde cuentas directamente al Papa y puede ordenar sacerdotes como cualquier orden religiosa. Gracias al favoritismo del Vaticano, José María Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, fue beatificado. Juan Pablo II saltó con garrocha los cientos de años que, por tradición, la iglesia ha dejado transcurrir antes de iniciar cualquier proceso de canonización. Una vez más, el lobby surtió efecto.
El Opus Dei cuenta ahora con más de 100 mil miembros, de los cuales 1300 son simples curas y 33 son prelados. Es considerado "la guardia blanca del papa", es un instrumento de "recristianización", fuertemente impulsado por Juan Pablo II y la extrema derecha católica. Es una milicia religiosa, económica y políticamente poderosa. Y es falso que no les interese meterse en asuntos de gobierno, como intenta a veces argumentar monseñor Juan Luis Cipriani.
No sólo Juan Pablo II simpatiza con la Orden. El secretario papal,
Stanislaw Dziwisz, el secretario general del Vaticano, Angelo Sodano y
el portavoz del Papa, Joaquín Navarro Valls pertenecen a la organización.
El co-presidente del consejo papal, Julián Herranz, también.
Este último fue el encargado de las gestiones para que el Papa pidiera
la liberación de Augusto Pinochet, detenido en Inglaterra por los
múltiples asesinatos cometidos durante su dictadura, alegando razones
humanitarias.
Hace un tiempo, el parlamento belga incluyó al Opus Dei en una
lista de "sectas peligrosas". Luego fue retirada gracias a las airadas
protestas de numerarios y supernumerarios alrededor del mundo.
El ala secular del Opus Dei peruano también ha sabido escalar posiciones: Martha Chávez, Francisco Tudela, Luis Chang Ching, Rafael Rey y otros más, son un testimonio contundente. Que no nos extrañe que cierren filas antidemocráticas, pues los personajes antes mencionados son -al menos- simpatizantes del padre Escrivá de Balaguer, cuya proximidad paternal con el fascismo español, aliado, en su momento, del nazismo alemán, resulta la marca ancestral de la ideología del Opus Dei.
El Opus Dei ha puesto sus baterías en la educación de la juventud latinoamericana. En Chile, Argentina y Perú han promovido universidades, cuya marcha retrógrada es una castración permanente para los alumnos. Los rectores de las universidades católicas de Chile y de Argentina son nombrados por el Vaticano. La Universidad Católica de Río de Janeiro ha cerrado su facultad de filosofía por orden de la curia. En Lima, el Opus Dei ya ha inaugurado ocho colegios.
En medio de esta oscura realidad, emerge la figura de Monseñor
Cipriani, Arzobispo gracias al poder del Opus Dei, favorecido por Fujimori
y su régimen dictatorial tan conveniente. Y Cipriani será
-es casi un hecho- el nuevo cardenal. Pero eso no lo convertirá
en el representante más importante de la iglesia peruana. Podrá
elegir al Papa, tras la muerte (cada vez más cercana) de Juan Pablo
II, tendrá competencia sobre Lima metropolitana, su arquidiócesis.
Pero no sobre los fieles del Perú, ni sobre el resto del clero.
La gran mayoría de la Conferencia Episcopal Peruana, conformada
por más de cuarenta obispos, no termina de aceptar su autoritarismo.
Lo que se viene es un cisma callado entre la feligresía y la jerarquía
vaticana.
* Publicado en el diario Liberación,
Lima 13 de septiembre del 2000, páginas 12-13.